La vida de Rosalbina Serrano de Oro, quien nació el 8 de enero de 1926 en Nervití, Bolívar, y su vida se apagó a los 94 años, el primero de julio de 2020 en Santa Marta, después de estar viviendo los últimos años al lado de uno de sus nietos, y evocando aquellos episodios donde aparecía como protagonista de la música vallenata.
Todo comenzó en el año 1947 cuando en una fiesta en El Copey, Cesar, ella se dio las manos con el acordeonero Luis Enrique Martínez Argote, y fue amor a primavera vista. Al poco tiempo armaron viaje y se fueron de luna de miel.
Todo no fue color de rosas porque ella era menor de edad y él fue aprehendido y llevado a la cárcel del pueblo. Como el amor florecía y las alegrías del corazón estaban cerca, de común acuerdo decidieron casarse por la iglesia. El acto religioso sin mucha bulla se llevó a cabo en el cercano corregimiento de Caracolí, Cesar.
Desde ese tiempo comenzaron esos días gloriosos de la vida donde los encantos del amor eran azúcar para esas almas enamoradas, y en muchas ocasiones tuvieron algunos altibajos por las correrías de Luis Enrique Martínez, pero él siempre regresaba a la casa y encontraba a su mujer tranquila, así a ella le hubieran contado algunas historias de escapes del sentimiento al fragor de los tragos y las notas del acordeón.
Con el paso de los años fueron llegando los hijos, dos en el hogar, Victoria y Moisés Martínez Serrano, y cinco producto de sus correrías Alberto, Alexis, Ingrid, María Luisa y Gloria.
El nieto querido
Rosalbina vivió los últimos 15 años de su vida al lado de su nieto Franklin Pérez Martínez, hijo de su hija mayor Victoria, en la Diagonal 30A No. 15-41 del barrio San Pedro Alejandrino de Santa Marta. En los últimos días, él la notaba tranquila, pero de un momento a otro el corazón no le resistió más y se le escapó la vida.
Franklin la recuerda paseándose por la casa y contando las historias de su abuelo que nunca la abandonó, así se demorara largo tiempo en las parrandas en distintos pueblos de la geografía costeña.
“Ella, contaba entre risas que mi abuelo salía a esas largas giras y demoraba mucho tiempo, tanto así que no estuvo presente el día del nacimiento de mi tío Moisés, llegando cuando ya estaba aprendiendo a caminar. Claro, siempre mandaba plata y provisiones para mantener la familia”.
También conto que su abuela se sentaba cerca a ese cuadro que está en la sala donde aparecen los dos. Eso le recordaba la celebración de sus bodas de plata en El Copey, hecho que sucedió el 8 de abril de 1972, quedando también como testimonio una canción del compositor Armando Darío Zabaleta Guevara, grababa por Jorge Oñate y los Hermanos López.
En las bodas de plata
de Luis Enrique y Rosalbina,
se hizo una fiesta muy linda
con música vallenata.
Este es un día sagrado
pa’ Luis Enrique, pa’ Rosalbina
tienen que recordarlo
mientras existan en la vida.
“Cuando mi abuela amanecía melancólica recordaba diversas facetas que vivió con mi abuelo, con quien estuvo casada por espacio de 48 años. Ya se puede imaginar lo mucho que decía y hasta de las muchas canciones que le dedicó”, manifiesta Franklin.
En el campo de las canciones se destacaron: ‘La carta’, ‘Mi negra querida’, ‘No sufras morenita’, ‘Los caprichos de Rosa’, ‘Noticias negras’ y ‘Mi negra querida’, entre otras. A ella, a quien Luis Enrique Martínez, ‘El Pollo Vallenato’ llamaba Rosita, le gustaban varias, pero se quedaba con la que le prometía nunca dejarla porque era un amor matrimonial de esos que duran toda la vida.
Así sucedió porque el hijo de Santander Martínez y Natividad Argote, nacido en El Hatico de Fonseca, La Guajira, murió a su lado el 25 de marzo de 1995 cuando contaba con 72 años.
En ese tiempo de trasegar por la vida alcanzó todos los honores, siendo el principal al coronarse como Rey Vallenato en el Sexto Festival de la Leyenda Vallenata, en el año 1973, y dejar una inmensa historia musical que se sigue manteniendo. Además, una serie de canciones clásicas vallenatas que lo hicieron socio distinguido de Sayco.
Sin derecho al olvido
Rosalbina, la querida Rosita, en esos diálogos cortos y sinceros con su familia, solía decir que Luis Enrique, su amor eterno, le hacía mucha falta. Esa declaración la sostuvo durante 25 años hasta que Dios la llamó a su santo reino, no sin antes cumplirle la promesa dicha por él en uno de sus cantos de no guardarle luto, ni llorarlo, ni llevarle flores a la tumba y menos de echarlo al olvido.
Ella se fue tranquila, sin mucho ruido, pero con la convicción del deber cumplido ante sus hijos, sus nietos y su familia que supo del máximo valor al amor, a las buenas costumbres, a esta tabla de la vida donde Dios marca el destino y tiene la respuesta para todo. En el ambiente quedó plasmada la canción ‘La despedida’ donde se indica que el juramento es una palabra sagrada que lleva el símbolo de esperanza y fe.
Al final el nieto Franklin hace la declaración más elocuente en homenaje a su abuela Rosalbina. “Nos sigue haciendo falta porque era feliz con cada integrante de la familia conformada por mi esposa María Isabel de la Hoz, mis hijos Franklin Enrique, Farud y Luis Alejandro, quienes teníamos el deber de cuidarla, quererla y dichosos de verla hablar de esa larga vida que le regaló Dios”.
La historia de Luis Enrique y Rosalbina, estuvo matizada por cantos vallenatos, por lejanías cercanas al corazón y por ese amor que nació a primera vista, teniendo el sello del encanto donde un acordeón ponía la nota más alta.