San  Luis- Por: Mariano José Guerra  

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Elkin Chalarca, quien estudió conmigo en el programa de Derecho de la Universidad de Antioquia, cuando leyó en la cartelera pegada a la pared, la lista de estudiantes que se ofrecían a realizar su práctica rural en algunos municipios del departamento, donde nuestra universidad diligentemente llegaba a brindar acompañamiento a la población, observó que al frente del suyo solo aparecía su nombre.

Su sonrisa desapareció y un gesto de angustia y desesperanza fue la noticia que presagiaba que su municipio ya no sería más un punto de práctica de estudiantes de últimos semestres del alma mater.

Lo vi caminar rápido hacia la oficina del Consultorio Jurídico de la facultad, lo seguí y escuché que Miguel Ángel, el profe responsable del mismo le decía que nadie distinto a él se había inscrito y que con un estudiante no era posible seguir en ese municipio, que podía hablar con alguien, que tenía hasta el día de mañana para lograr al menos uno más, de lo contrario sería cerrado el programa en su terruño.

Al día siguiente lo busqué y le dije, “oye, ya conseguiste alguien más para tu pueblo”, me dijo “no marica, nada, ¿te apuntas?”. Y en una mesa de los pasillos de la facultad en una conversación con tinto abordo conocí a San Luis. Fueron varios los fines de semanas que pasé en medio de asesorías, acompañamientos al Juzgado y presentación de demandas a favor de muchos pobladores en ese municipio del lejano Oriente antioqueño. Y ya al final del año rural, para nuestro último viaje, el 11 de diciembre de 1999, viajamos en un bus urbano que salió de la Terminal del Norte, acompañado por el Profe Miguel Ángel, quien iba agradecerle a la gente que nos hospedó y acogió y para informar que la UdeA seguiría en ese pueblo. De pronto, quince minutos después de bajarnos del bus, y aun en el parque del municipio, cuando nos dirigíamos al hotel, una tabla gruesa y larga cayó plena a escasos pasos de nosotros en medio de un estruendo fuerte y pavoroso, seguido de ráfagas de fusil y otras armas largas. Las FARC-EP se habían tomado al pueblo1.

Quedamos en medio del fuego cruzado. Yo tirado al lado de alguien que disparaba al comando de la Policía, quien me dijo, “ve pelao, corra para ese lado”. Y en medio de mi carrera sentí la Colombia que se debatía en el horror de la guerra, en medio de un conflicto interno armado, como fruto de las grandes desigualdades socioeconómicas y políticas.

Efectivamente la guerrilla de las Farc-EP, ese día terminó por destruir, la alcaldía municipal, el banco Agrario, la registraduría y el comando de policía, entre otras construcciones en el marco del parque principal de la población.

Mientras las pipetas de gas eran utilizadas como armas no convencionales en medio de una guerra fratricida, morían ocho miembros de la policía, el personero municipal y una mujer embarazada que fungía como directora de la Umata.

La guerrilla se llevó consigo a cinco agentes de policía que dos años después lograrían la libertad en Santa Ana, del municipio de Granada, también Oriente antioqueño, como fruto de acuerdos entre el gobierno central y la guerrilla.

Ese año de 1999, fue testigo de los diálogos entre el gobierno de Andrés Pastrana Arango y las FARC-EP, con los que se intentaban superar el conflicto interno 1 https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/toma-de-san-luis-antioquia-conmemoracion-deaniversario-554092 armado, a través de una salida política y negociada del mismo y para lo cual se dispuso: negociar en medio de la guerra; en la facilitación de una zona de distención de 42 kilómetros en los que no hubo presencia militar distinta del de la guerrilla; de la negociación e implementación del Plan Colombia y la puesta en marcha un proceso de modernización profundo en la Fuerza Militar2.

También se recuerda este año, como el de la soledad del presidente en medio de la guerrillerada, cuando asistió a instalar dichos diálogos, y la silla de al lado desocupada estaba por la no presencia del máximo comandante de la insurgencia, Manuel Marulanda Vélez, la silla vacía es el recuerdo perenne en la memoria del hijo de Misael.

San Luis, nos debe reafirmar en la necesidad de la permanente búsqueda de la Paz, la defensa de los Derechos Humanos y la democracia, por lo que es imperativo exigir denodadamente el cumplimiento del Acuerdo de La Habana, en tanto superar orgánicamente la estructura de las instituciones colombianas, que soportan a un pueblo que hoy se debate en medio de la más profunda desigualdad social, económica y política.

Esto que se ha recorrido, que ha vivido el país, ha sido objeto de análisis con distintas lecturas por parte de la intelectualidad y la academia, hasta (por supuesto) con posturas reformistas, tales que acogen el cuento de la “cultura política” como forma de estudio histórico de las sociedades solo para llamar a la conciliación y dejar a un lado la lucha de clases cuando de lo que se trata, es precisamente de ella, de la recomposición de la sociedad por la libertad, la autonomía y la igualdad. Así entonces, papel fundamental deben jugar quienes desde esos espacios del pensamiento han de alinearse a favor de los cambios sustanciales, estructurales y no quedarse solo en criticar el uso de la violencia como recurso político de los grupos insurgentes y paramilitares, así como su uso ilegítimo por parte del Estado, tal cual lo aseveran Iván Garzón Vallejo y Andrés Felipe Agudelo3.

San Luis, sigue siendo un referente de lucha y compromiso personal por la vida, la defensa de los Derechos Humanos y la conquista por la paz y la democracia y eso fue un acuerdo que asumimos Elkin, Miguel y yo, cuando nos reencontramos al día siguiente, pues cada uno habíamos tomado escondidijo por separado.

 


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