Somos cómplices de Judith Pinedo- Por Mercedes Posada Meola

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A Judith le gusta la historia, la otra historia. No la de los héroes blancos y europeos que intentaron imponer su raza, su religión y su cultura cuando llegaron a colonizar Cartagena, sino la de los borrados por las narraciones hegemónicas que por años instauraron la falsa ilusión de una ciudad moderna y desarrollada como consecuencia de la gesta española.

La conmemoración de los 200 años de independencia de la ciudad coincidió con su gobierno y fue un proceso de transformación social y reivindicación a personajes como Pedro Romero, líder de los lanceros de Getsemaní que consiguieron la independencia de Cartagena; y José Prudencio Padilla, almirante que en la batalla conocida como la Noche de San Juan derrotó al Ejército Español y logró su expulsión definitiva. Para Judith, estos dos hombres, hasta entonces excluidos del relato oficial, abrieron un camino irreversible de recuperación de la libertad y la igualdad de derechos para los cartageneros y cartageneras.

A Judith le gusta la gente, pero no toda la gente. Se lleva bien con las personas que luchan por la justicia social y muy mal con los corruptos. Le gusta la creatividad de los niños, la sabiduría de los ancianos, el talento de los artistas y el sabor de los músicos, pero detesta la avaricia, la mezquindad, la indiferencia, la apatía con la ciudad. Es más bien de huir cuando la invitan a eventos rimbombantes, pero nunca se aburre cuando hay un festival cultural como el de La Hamaca Grande o una tertulia en la terraza de una casa. Se ha recorrido las calles de todas las cartagenas y mucho no cree en el mito de las dos ciudades, pero sí en el sueño de construir una sola para todas y todos.

A Judith le gustan Serrat y Sabina tanto como el Joe Arroyo y Petrona Martínez. Lleva el porro, la cumbia, el vallenato y la champeta en la piel y reconoce el poder que tuvo la gaita en las horas más oscuras que vivieron las comunidades en Montes de María por cuenta del conflicto armado.

Ha sido una defensora incansable de la paz del país y una convencida de que la educación y la cultura son el motor del cambio. “La educación nos iguala”, repetía en sus discursos y actuaba en consecuencia. Durante su mandato la escuela fue el centro y se construyeron más de 20 nuevos colegios y cuatro megacolegios en zonas vulnerables de la ciudad. 32 mil adultos aprendieron a leer y a escribir y Cartagena se convirtió en la primera ciudad libre de analfabetismo. Las Fiestas de la Independencia rescataron el valor conmemorativo por el que había luchado el Comité Revitalizador y, por primera vez, las discusiones sobre racismo, diversidad sexual, discriminación, violencia de género y exclusión tuvieron un lugar en la agenda de un gobierno.

Hago este recuento para drenar con la memoria el dolor y la indignación en el corazón que me produce saber a una mujer de este talante condenada a 12 años de cárcel. Como expresó el abogado Rafael Vergara Navarro en su columna ‘Pido Justicia’, “no se trata de una playa, es una infamia contra la exalcaldesa Judith Pinedo y demás acusados”.

La defensa jurídica la siguen librando los abogados, la defensa moral y humana con seguridad puedo hacerla junto a muchos amigos y ciudadanos cartageneros que nos sentimos cómplices de sus sueños y la hemos conocido por su honestidad, por sus obras, por su gestión, por su dignidad, por su liderazgo. Confío en que la Corte Suprema de Justicia dirimirá con sapiencia este caso y así evitará que se siga repitiendo “la historia de Caín que sigue matando a Abel”.

Feminista por convicción y por condición. Magister en Desarrollo Social. Directora del programa de Comunicación Social de la Universidad Tecnológica de Bolívar.

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

 

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