Ya no me queda ni una duda: Colombia es la tierra de las cosas singulares.
Como lo recuerda cualquier colombiano mayor de cincuenta años, la historia cuenta que en inmediaciones de una localidad hermosa que se llama Plato, en el departamento del Magdalena, y a orillas del río que lleva el mismo nombre, merodea un hombre que se transformó en caimán por andar echándoles ojo a las mujeres hermosas que se bañan de tarde en los playones del río.
Perdónenme un momentico antes de seguir adelante: al comenzar el párrafo anterior dije que, en resumidas cuentas, eso es lo que dice la historia. ¿O será la leyenda? Como cualquier colombiano, siempre tuve la seguridad absoluta de que eso no era más que otra hermosa leyenda inventada por la imaginación popular.
Pero, para que lo sepan, ahora, cuando ya ha transcurrido casi un siglo, aparece la declaración escrita de un testigo presencial de los hechos. Tengo en mis manos una copia de su testimonio. Entiendo lo que usted está sintiendo en estos momentos porque yo tampoco podía creerlo.
Un abogado italiano
Vamos al grano, que el tiempo apremia y la curiosidad también. Corría el año de 1940. El mundo estaba en medio de la Segunda Guerra Mundial. En la población de Plato vivía un abogado de origen italiano, llamado Virgilio di Filippo, que llegó a ser secretario del juzgado municipal, profesor, sacristán, periodista, escritor de la vida cotidiana del pueblo y compositor musical que, además, tocaba el órgano en la iglesia parroquial.
Di Filippo había nacido en El Cerro de San Antonio, otra localidad del Magdalena, en la que Simón Bolívar vivió unos días durante la guerra de independencia. Fue entonces cuando pasó lo que pasó. A la dirección del periódico “El Heraldo”, de Barranquilla, llegó una extraña carta, que parecía una novela o una crónica muy bien escrita, y provenía de Plato. Para perplejidad de los lectores, apareció publicada el 5 de julio de 1940, hace ahora ochenta años exactos.
Se desmaya el primero
El asombroso testimonio, escrito por Di Filippo en tiempo presente y en una de las viejas máquinas de aquellos tiempos, en papel de carta, comienza diciendo que todo empezó seis días antes, el 29 de junio. “Como a las tres de la tarde –comienza el relato– , cundió la noticia de que en el campamento petrolero de la Andian, que dista del poblado un kilómetro, más o menos, había saltado un animal que presentaba formas de hombre y caimán al mismo tiempo”.
En esa carta queda constancia de que, el primero que vio semejante aparición, fue el celador del puerto. “Salió despedido, como alma que lleva el diablo, a darle la noticia al jefe del campamento y cayó desmayado. El animal, con un tronco enorme, yacía sobre la playa del río”.
El caimán no come carne cruda
En vista del inmenso pavor que se vivía entre el gentío congregado en el puerto, el jefe dispuso que le dispararan. “Pero el animal hizo ademán de súplica y se desistió del intento de matarlo. Como se advirtiera que con la mano derecha hacía señales de pedir alimentos, se le largó un pedazo de carne cruda, pero el saurio no lo cogió”.
Entonces, a una distancia prudente, le pusieron comida cocida y la devoró en el acto. Di Filippo revela que esos primeros testimonios los obtuvo de Alfonso Camargo Maestre y Luis Arrieta, testigos presenciales. Y agrega: “De acuerdo con la descripción que ellos nos han hecho del animal, hemos confeccionado el dibujo que le acompañamos, y que, como usted verá, tiene brazos de hombre y media cabeza humana”.
Los vecinos de Plato tomaron aquel primer episodio “como una broma o un chascarrillo”. Lo atribuyeron a la imaginación popular. Pero, cuando apenas habían transcurrido unas cuantas horas de lo sucedido en la petrolera, la cosa comenzó a ponerse seria. La gente también.
Habla la mamá del caimán
“Al día siguiente”, prosigue Di Filippo, “fuimos avisados de que en casa de la señora Ana Leonor Rivera se había hospedado una señora, de nombre Manuela Aguilar, procedente de El Yucal, que se decía madre del caimán humano”.
Como era natural, el pueblo entero salió corriendo para allá, entre ellos el propio Di Filippo. “Encontramos una anciana de 73 años, muy acongojada. Le preguntamos qué era lo que había pasado y nos dijo: “Voy a referirles todo. Mi hijo no es el diablo, como ha inventado la gente del Cerro de San Antonio; él era un hombre como cualquiera de ustedes, pero la fatalidad es así. El año pasado, en el mes de marzo, mi hijo trabajaba quemando los rastrojos de una roza en El Yucal, y de pronto le cayó encima una llovizna que le produjo tos”.
(Debo aclarar que en el lenguaje de los campesinos caribes, una roza es un sembrado de frutos comestibles, granos y cereales).
“Así pasaron seis meses”, prosigue la madre, “y lo curaba el señor Blas Contreras con bebidas de calahuala mezcladas con frutas maduras y cáscaras de guayacán con sal rociada por el sereno de la noche”.
El caimán se llama Saúl
La señora Manuela se detuvo un momento, según el escrito de Di Filippo, y exclamó que su hijo se llamaba Saúl Montenegro. (¿O se llama todavía? ¿Será que, en medio de tantos prodigios, aún anda por ahí, llorando su tragedia en los playones?).
“Como no conseguíamos su mejoría”, dice entonces la señora, “resolvimos, por insinuación de un vendedor de hamacas, mandarlo para donde los brujos de La Guajira. En mayo de este año regresó perfectamente bueno. Pero en la casa todos ignorábamos que poseía un secreto para volverse caimán cuando se lanzaba al agua”.
Aquí es donde empieza lo bueno.
La propia madre cuenta que, en el pueblo de El Yucal, antes de echarse al agua, Sergio le entregaba a un compañero un frasco que contenía un extraño líquido de color azufrado.
“Así que, cuando quería recobrar la figura de hombre, se acercaba a la orilla y se echaba otras goticas de ese líquido y volvía a quedar convertido en hombre. Cuando supe eso, le rogué a Saúl que dejara esos embolismos, pues yo ya estaba muy nerviosa”.
(Embolismo es palabra castiza y pura. En el español antiguo significaba enredo, confusión, chisme, embuste).
…y llegó la tragedia
La mamá del caimán continuó así su historia: “Una mañana, mientras yo me dedicaba a hacer unos bollos, salió Sergio con José Manuel Arenilla, “El Cojo”, que nunca lo había visto hacer la prueba”.
De manera que, cuando Sergio regresó vuelto caimán, después de disfrutar la desnudez de las mujeres en el río, fue tan grande la impresión de El Cojo que, en vez de rociarle unas 4 gotas en la cabeza, le arrojó desde lejos el frasco tapado, que se hundió en el río, y salió corriendo. En la corriente se perdió el remedio mágico de la hechicería.
Así fue como Sergio Montenegro, hace ochenta años, se volvió caimán para siempre. Su madre terminó aquella reunión en Plato, según el testigo Di Filippo, pidiendo a los presentes que hicieran correr la noticia de que ese caimán humano era su hijo, “y que no me lo vayan a matar mientras yo hago traer desde La Guajira esa misma agua milagrosa que compone el cacique Mantaura”.
Como ustedes se imaginarán, aquello se regó por todos los pueblos de la orilla del río. La gente no hablaba de otra cosa. Hubo testigos que juraban haber visto al caimán humano pidiendo un poquito de arroz o una yuca, por el amor de Dios. Es más, en Plato crearon una comisión encargada de conseguirle comida.
La noche del espanto
Hasta que pasó lo que pasó aquella noche de 1940. Dejemos que lo relate el testigo Di Filippo: “Aquí, en Plato, el señor Juan García vive en la plaza adyacente al mercado. El día 3 del presente, como a las once de la noche, al terminar amena charla con sus amigos, el señor García se dispuso a dormir, pero antes fue a la tienda vecina, la del señor Miguel Tejada, donde compró unos plátanos maduros y un pedazo de queso”.
De repente, al volver a su casa, vio que por la calle se iba acercando a él “un enorme monstruo en forma de reptil, que se arrastraba pausadamente. El buen anciano dio un grito de espanto que alarmó al vecindario. Acudieron los policías, los guardas de rentas, las mujeres en ropa de dormir; aquello fue una verdadera babilonia”.
El pueblo entero corría hacia allá junto con las sombras de la noche. “Entre los gritos de los muchachos y el llanto de las mujeres que clamaban “Misericordia, Señor”, solo el señor García recobró la serenidad y permanecía con la vista fija en el saurio. De pronto le arrojó los plátanos y el queso, que el animal devoró con famélica ansiedad”. (Con razón el canto de Peñaranda diría que “la historia de ese caimán es digna de admiración, come queso y come pan, y bebe tragos de ron”).
El señor García, entonces, le ordenó: “Saul, vuelve al agua”. Y, agrega Di Filippo, “en voz baja le rezó el Magnificat y el Credo al revés. El caimán emitió un enorme ronquido y se echó al caño con un estruendo que hundió varias canoas bajo un oleaje de diez metros de altura”.
Epílogo
Desde entonces, el hombre caimán recorre todo el río, hasta llegar a su desembocadura, en las afueras de Barranquilla, donde lo han visto varias veces.
El episodio llegó a oídos de José María Peñaranda, el popular músico barranquillero que creaba canciones picarescas, y entonces compuso, hacia 1950, la historia de se va el caimán. Ese canto se volvió célebre en toda América y en el mundo entero.
Dejo constancia escrita de que esto no es lo que ahora llaman “realismo mágico”, sino algo mucho más importante: es la realidad mágica que se vive a diario en el Caribe. Para que después no digan que esas son vainas de García Márquez.
MI COMENTARIO:
Excelente re-creación «histórica» de esta leyenda del Hombre Caimán. Sólo le faltó agregar a Gossaín las circunstancias de tiempo y lugar de la persona que le dio a beber ron al caimán. Seguro fue un borrachito de Barranquilla el último día de carnaval sentado a orillas del caño de las ahuyamas, que, estando Saúl con el torso emergido en medio de un taruyal, pidió a ese «joselito» le pasara la botella de ron blanco (ron «tornillo») que acababa de empinarse para tomar un traguito, sin saber que el vergajo no se la devolvería y se zambulliría hasta desaparecer en las profundidades del rio, dejando atrás al furibundo hombre gritando «se va el caimán!, se va el caimán!». Atte. Bernardo Ramírez del Valle