Una generación huérfana

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Por: Jairo Torres Oviedo

El pasado 11 de octubre, en calidad de presidente del Sistema Universitario Estatal participé en el “XIII Congreso Internacional Historia de la Educación Latinoamericana”; evento organizado por la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia en la conferencia del maestro Boaventura de Sousa Santos. Uno de los sociólogos más importantes de nuestro tiempo; asesor de la comisión de la verdad, quien disertó sobre “la descolonización del saber y reinvención del poder en tiempos de pandemia”; por ello, abordaré una de las tesis expuestas por el profesor Boaventura acerca del peso de la historia, de esa forma, contextualizarla en la realidad nacional.

El peso de la historia es variable, hay períodos en los que la historia es pesada y en otros liviana. Los períodos pesados generan desalientos, resignación; al parecer, no podemos cambiar, no existen alternativas ni fuerzas que generen opciones. Las generaciones que viven en épocas donde la historia pesa poco, relativamente liviana; en ellas es más fácil pensar alternativas de futuro posible.

Las generaciones que viven en períodos de historia liviana se denominan inaugurales; pero, cuando la historia es pesada, generaciones huérfanas. Un ejemplo de generación inaugural fue Córdoba en Argentina, que, con ideales y utopías sociales colectivas creo el Manifiesto de Córdoba como proyecto emancipatorio y de cambio social.

Ante estos tipos de generaciones podríamos preguntarnos: ¿Somos en Colombia una generación inaugural o huérfana? Lo anterior, para hacer referencia a la generación que emerge a partir de los años 90; no solo en Colombia, sino a nivel global; una época de cierre, definida por Fukuyama como el fin de la historia, fin que significa cierre de una época; repetición. Un mundo sin posibilidades, un mundo sin futuro; lo que generó un período de la historia huérfano en comparación con las épocas anteriores.

Para comprender lo anterior, basta revisar la historia colombiana y reflexionar, cómo la generación que antecedió a la década de los 90 se caracterizó por su ímpetu y liderazgo utópico para transformar; claro está, fue una época de amplia y masiva politización ideológica tendiente a materializar determinado modelo de sociedad que no fue posible; pero, condujo a toda una generación a una especie de exterminio; en unos casos planificado y en otros, como mártires.

Cuando pensamos en lo que fue esa generación inaugural que vivenció Colombia y que las fuerzas oscurantistas y retardatarias de siempre impidieron su ejercicio, su capacidad intelectual y moral como opción transformadora y de cambio; podemos decir que, impidió desde la violencia y la guerra una generación inaugural, entusiasta y utópica que pudiera desplegar su potencial creativo e innovador; posiblemente, nuestro presente fuera distinto.

En estos mementos, donde la historia es muy pesada y nuestra generación esta huérfana de cambios, sin alternativas y fuerzas que la impulsen por un camino distinto al pesimismo, a la narrativa del miedo, la desinformación y el desencanto; sobre todo, en estos momentos de polarización, satanización ideológica y mesianismos redentores.

¡Cuánta falta hace la energía de esa generación inaugural marchita que no dejaron florecer!


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