Mi padre, Jorge Isaac Bolívar Villegas, QEPD, nació en Antioquia. Como buen paisa, aprendió a trabajar desde muy joven, ejemplo que aprendimos todos en casa. Era tan emprendedor que a los 22 años ya había estudiado farmacéutica y era dueño de una farmacia.
Durante la época de la violencia, Por su origen liberal, era seguidor de Jorge Eliécer Gaitán, tuvo que abandonar su tierra antes que los chulavitas le sacaran la lengua por la garganta. Se desplazó hacia el Tolima donde se instaló en un poblado cercano a Ibagué llamado “El Salado” y allí volvió a emprender, desde cero, su nueva farmacia al lado de sus cuatro hijos, luego de la muerte de su primera esposa. El Resto de su familia se estableció en Neiva, Huila. Pero la violencia de aquel entonces, al igual que hoy, azotaba todos los rincones del país y de El Salado también tuvo que huir. Ya viudo, fue a parar a Chicoral, Tolima y allí nuevamente montó la droguería arrancando de la nada. A los pocos meses conoció a mi madre. Se casaron en 1.951, él con 28 años y mi madre con 15, la edad promedio en que se casaban las mujeres hace 70 años. Tuvieron seis hijos, tres mujeres y tres hombres, que sumados a los cuatro de su primer matrimonio conformaban una verdadera escalera humana a la incertidumbre. Yo fui el menor de las dos camadas y eso no fue óbice para heredar de mi padre su incesante lucha por trabajar desde niños y construir seguridad económica partiendo de la nada.
A pesar de tener que trabajar incansablemente para mantener 10 hijos nunca nos abandonó. Fue un hombre amoroso y dedicado que nunca se daba por vencido. Tanto que después de sus tres intentos por sobrevivir con el negocio de los medicamentos, montó una emisora en Garzón, Huila y después una lavandería en Neiva (de ropa, por si las moscas).
Después empezó a trabajar como farmaceuta en Tolemaida, en Melgar, Tolima, el Batallón más grande que tiene Colombia. Allí estableció su nuevo hogar en las casas fiscales por varios años. Luego fue trasladado al Batallón Baraya en Bogotá y posteriormente a un Batallón en Tunja. En total trabajó 12 años con el Ejército. Como buen paisa se tomaba sus aguardienticos y eso le produjo una cirrosis que lo mató.
Lo anterior, solo para ilustrarles lo que es un paisa promedio. Gente emprendedora, verraca, andariega, rebuscadora, honesta, de palabra, amante de su familia, luchadora, crecidos ante la adversidad, capaces de reinventarse y rehacer el mundo a partir de unas cenizas.
Con la autoridad moral que me da el ser hijo de Antioqueño, nacido en Yarumal, sede del tristemente célebre grupo de matones y narcotraficantes autodenominado “los 12 Apóstoles”, me permito hacer una aseveración categórica que paso luego a demostrar con siete ejemplos: Álvaro Uribe Vélez no es antioqueño o cuando menos, no representa a los antioqueños.
Primero porque el paisa no es mentiroso y este señor, nos ha dicho tantas mentiras que sería imposible para cualquier colombiano tabularlas y clasificarlas. Es el Rey de la mentira. Y las dice con una seriedad y con una seguridad y mirando fijo a los ojos como buen sociópata que es. Tan buen mentiroso es, que embaucó al 90% del país por una década, a medio país por otra década y lo sigue haciendo con un 25% del país, actualmente. Entre sus célebres mentiras está la de hacerle creer al país que si votaban en favor de la paz, sus hijos se volverían gays, sus pensiones iban a parar a manos de los excombatientes, Timochenko iba a ser presidente y que Santos les entregaría el país a las FARC. En 2018 ese grupo ni siquiera tuvo la fuerza para ganar una curul en el Concejo de Bogotá.
Un día, mientras miles de jóvenes inocentes eran mostrados a la prensa, abaleados y con las botas al revés, se atrevió a exponer su teoría de “muertos buenos” con una frase lapidaria que los revictimizó, sin importarle el dolor de sus familias. El muy miserable dijo, sabiendo que se trataba de asesinados de Estado: “No estarían recogiendo café”. Con el mismo estigma hizo asesinar a casi 300 personas durante la toma de la Comuna 13 de Medellín con ayuda de los paramilitares como lo registró el lente prodigioso de Jesús Abad Colorado. Por algo el expresidente Gaviria le gritó en una convención del Partido Liberal: “Uribe mentiroso, Uribe mentiroso, Uribe mentiroso”. A Petro le gritó sicario en una plenaria y a Cepeda le vive diciendo, constantemente guerrillero y terrorista. Es tan mentiroso que vive diciendo que él es honorable.
Segundo porque el paisa cuida a su familia. No obstante que en el pasado las familias paisas eran las más numerosas de Colombia, entre ellas hizo carrera un dicho que simboliza su pensamiento y forma de ser. “Donde come uno comen dos”. “Donde comen dos comen cuatro”. No fue el caso de Uribe. Hoy Medellín, para no ir más lejos, es la ciudad más desigual de Colombia y Colombia es a su vez una de los países más desiguales de la tierra. Es decir, al entregarle el poder, la tierra y las empresas públicas a unas pocas familias, el uribismo desató una de las peores formas de violencia que existen: la desigualdad. Una desigualdad que empujó a los pobres a adorar a Pablo Escobar. Una desigualdad que empujó a muchas niñas pobres a la prostitución (Sin tetas no hay paraíso), una desigualdad que empujó a dos generaciones de muchachos al sicariato y al paramilitarismo. Uribe, como figura pública más importante de Antioquia durante más de cuatro décadas era el responsable del cuidado y el bienestar de los hijos de su tierra, de sus hermanos, sus paisanos. No lo hizo. Los resultados saltan a la vista. Y no solo no lo hizo, sino que su odio y su ambición repercutieron en el negro destino de sus paisanos. El mayor número de asesinatos cometidos contra la UP, sucedieron en Antioquia. La primera gran masacre, la de Segovia, sucedió en Antioquia. Durante su paso por la gobernación en ese departamento, las masacres crecieron un 371%. Pero no bastándole esto, fue el principal impulsor de las Convivir en Antioquia, 87 cooperativas de “seguridad” con más de 6.200 miembros, que dotaron con radios de comunicación, fusiles de largo alcance y que luego se convirtieron en las Autodefensas Unidas de Colombia, culpables de miles de asesinatos y miles de masacres a lo largo y ancho del país.
Tercero porque el paisa ama su tierra, ama su raza y resulta que nadie más ha odiado más a Antioquia y a los antioqueños que Álvaro Uribe Vélez. Primero entregando licencias a las pistas y los aviones de narcotraficantes, lo que empoderó y enriqueció a varios de ellos. Esto a la postre desató una de las peores épocas de barbarie: El narcoterrorismo. Los 250 carro bombas que hizo estallar Escobar, los más de cuatro mil sicarios abatidos por la policía, los policías asesinados en esta guerra terrible y los civiles muertos o desaparecidos por cuenta de estas bandas, tienen un origen y ese origen fue el crecimiento del fenómeno del narcotráfico a partir del empoderamiento que sintieron al descubrir que podían penetrar el Estado (Aero Civil), y luego arrodillarlo. Uribe no quiere a su tierra. Propició la muerte del río Cauca a su paso por Antioquia con la pésima idea de represar sus aguas a la altura del municipio de Ituango, tan solo para favorecer a la clase empresarial paisa con un “fabuloso” negocio. Y no bastándole con condenar a varias comunidades y a un poblado indígena, a la pobreza, al desarraigo, al desplazamiento, al abandono y a pescar peces muertos, los dejó huérfanos e indefensos ante el embate de grupos paramilitares al servicio de las grandes fortunas del departamento interesadas en ejecutar las obras de la hidroeléctrica con la menor resistencia posible. Cientos de cadáveres yacen hoy bajo las aguas de la represa. Por acción o por omisión, Uribe está hoy siendo investigado por las masacres del Aro y la Granja, cometidas por paramilitares, mientras fue gobernador. Nadie que ame a su tierra le haría tanto daño como el que Álvaro Uribe le ha hecho a Antioquia. Uribe “pacificó” Urabá y para no extenderme, pregunten cuantos miles de muertos dejó la tal pacificación que no era otra cosa que permitir a los paramilitares hacerse al control del golfo por donde salen toneladas de droga. Uribe odia tanto a Antioquia que en una de sus fincas, la Caroilina, se entrenaron los paramilitares que luego salieron a descuartizar supuestos colaboradores de la guerrilla que no eran más que campesinos a quienes desplazaron para robarles las tierras.
Cuarto porque el paisa no es cobarde y Uribe es el ser más cobarde en la historia del país. Lo ha demostrado hasta la saciedad. Primero, puso en la mira de los paramilitares a un sinnúmero de defensores de defensores de Derechos Humanos, entre ellos Jesús María Ovalle, al presentarlos, cobardemente en la picota pública, como terroristas auxiliadores de la guerrilla. Después, como presidente, por su deseo tramposo de mostrar resultados a Estados Unidos, empujó a miles de militares a asesinar a sangre fría a más de 6.402 jóvenes inocentes, ofreciéndoles incentivos la mayoría de ellos oriundos de Antioquia. Es tan cobarde que más de 20 de sus funcionarios han ido a parar a la cárcel muchas veces por delitos que solo le favorecían a Él y a nadie más como la compra de su reelección por parte de sus ministros Sabas Pretelt y Diego Palacio. Es tan cobarde, que no obstante decir y repetir innumerablemente y a los cuatro vientos que es honorable, no fue capaz de enfrentar a la Corte Suprema de Justicia y prefirió renunciar al Senado con tal de quitarse de encima a su juez natural. Sabía que su Fiscalía de bolsillo le arreglaría el entuerto en pocos meses y no se equivocó. Hace apenas tres días, el Fiscal Jaimes, sin sonrojarse, contra toda evidencia, desestimando pruebas testimoniales y audiovisuales, le pidió a un juez de garantías que precluyera el caso por el que la Corte Suprema lo acusó y encarceló. Una vergüenza total para sus nietos cuando en un futuro no muy lejano lean los libros de historia.
Quinto, Uribe no se parece a los abuelos antioqueños porque los arrieros nacidos por su misma fecha honran el valor de la palabra. La palabra de Uribe vale menos que un billete de un Bolívar venezolano.
Sexto, los abuelos antioqueños son honestos y transparentes y Uribe no lo es. Engaña con el pago de sus impuestos, ayudó a enriquecer a sus hijos con trampas, durante su gobierno a través del volteo de tierras y el uso de información privilegiada. Su gobierno adjudicó varias megaobras que terminaron corruptas y en las que el país perdió cerca de 30 billones, entre ellas las de Reficar, el Túnel de la Línea, la doble calzada a Girardot, la Ruta del Sol 2, Hidroituango y otras más. Su viceministro de transportes está preso por recibir 6.5 millones de dólares en sobornos. Su Ministro de Agricultura está preso por regalar la plata del Estado a ricos terratenientes, incluso él mismo, poderosos cacaos como Sarmiento y Ardila Lule y 34 financiadores de sus campañas.
Y séptimo porque los abuelos antioqueños no son tramposos, no engañan. Y Uribe es el rey del engaño. Fue quien introdujo a Colombia, de la mano de su perverso asesor de imagen JJ Rendón, las fake news. Inventaron que Petro era satánico, que era ateo, que mataba niños, que iba a expropiar a los colombianos y ni qué decir de la tergiversación histórica de su pasado. Dicen que estuvo en el Palacio de Justicia y le prendió candela. Es tan tramposo que se inventa testigos para hacerles montajes a sus enemigos o contradictores. Y su abogado, Abelardo de la Espriella que fue el mismo abogado del testaferro de Nicolás Maduro, Alex Saab, se atrevió a decir que los 20 millones que Petro metió en una bolsa, se los había entregado el narcotraficante Loco Barrera, cosa que el mismo exnarcotraficante negó en carta enviada desde la cárcel donde está recluido en los Estados Unidos. Durante su gobierno les hizo montajes a magistrados de las cortes, a periodistas, a sindicalistas como lo era en aquel entonces Alexander López hoy precandidato del Polo y a mí, que solo me la he pasado escribiendo el 90% de mi vida ya me tenían uno listo. Uribe es el rey de la posverdad. Hacer creer que sus mentiras dichas se vuelvan verdad. Es especialista en generar opinión a través de una mentira. Lo usó con éxito en el plebiscito por la paz. Le vendió la idea a Colombia Repetir una mentira mil veces hasta hacerla creer de sus incautos seguidores.
Por estas siete razones, Uribe no representa a los antioqueños. Y no lo digo yo. Hace dos días estuve en Medellín y varios personajes me contaron muchas de las cosas que aquí estoy escribiendo. Pero como no hay mentira que dure cien años y Uribe es una mentira, sus distintas máscaras empiezan a caer. Hoy su popularidad ronda los 25 puntos porcentuales y electoralmente es un fracaso. Perdió todas las capitales de departamento en las elecciones del 27 de octubre de 2018 y lo que es peor, perdió las elecciones en Medellín, su máximo fortín, a manos de un joven independiente que se dedicó a recorrer las comunas pobres de la ciudad ofreciéndoles una esperanza de redención. Esos paisas uribistas, desconectados de esa realidad porque viven en el Poblado y salen hacia el aeropuerto por entre un túnel de más de 8 kilómetros y luego hacia Miami a desocupar almacenes en centros comerciales, odian tanto a Quintero que no había pasado un año de gobierno y ya lo querían revocar. No le perdonan haber usurpado el templo sagrado del uribismo.
Los paisas que se sienten ofendidos por el accionar de Uribe y aquellos que coinciden conmigo en que este ser le ha causado mucho daño a su departamento, deberían refrendar en 2022 la victoria de Quintero. Los jóvenes en edad de votar, que sienten en su corazón la desazón que produce no tener futuro, deberían sumarse por antonomasia a esa revolución pacífica que simboliza el pacto histórico.
No permitan que un hombre que transgrede todos los valores del paisa, del antioqueño, regrese al poder en Medellín. Vuélvanlo a derrotar.
Y para los jóvenes del resto del país donde también perdió Uribe, no olviden que 2022 es un “ahora o nunca” real. No el de las metáforas, no el de los slogans de campañas. Es un “ahora o nunca” verdadero porque jamás volveremos a tener una generación de jóvenes tan numerosa, capaz de revertir el seguro triunfo de las castas corruptas en las regiones. Jóvenes elijan 55 senadores decentes y 86 representantes decentes. Jóvenes elijan un presidente decente sin ataduras ni compromisos con los dueños del país. No hay otra forma de liberar a Colombia de sus secuestradores, aquellos a quienes sus padres un día les vendieron el voto para llevar un mercado a sus casas.
Es en serio, es ahora o nunca. Los territorios azotados por la politiquería, el narcotráfico, la violencia y la corrupción no resisten cuatro años más de uribismo. Háganlo por esos compatriotas abandonados a su suerte si es que no quieren hacerlo por ustedes mismos. No tienen nada que perder. Lo que hay hoy no les garantiza un futuro digno.