Seguimos en modo vallenato -jajajaja-, aunque ahora vamos a pasar de la polémica suscitada por Silvestre Dangond y Carlos Vives, al campo de la literatura, pues ¡cómo se ha hablado de la estrecha conexión entre la obra de García Márquez y el vallenato!, ¡Dios mío!
Que Gabo dijo que “Cien Años de Soledad” era un vallenato de 400 páginas, que si su compadre Rafael Escalona, que si su amistad con Armando Zabaleta, que si esto, que si lo otro…
¿En realidad “Cien Años de Soledad” es un vallenato de 400 páginas? ¿Esa vaina cómo es, cómo es esa analogía? ¿Cuál vallenato tiene una narrativa épica familiar que merezca ser comparada con la obra de Gabo? ¿Cuál es el vallenato, o la grabación de un disco vallenato, que en su conjunto equivalga a una saga medio parecida a la de “Cien Años de Soledad”?
Yo creo que en Colombia -porque esto solo se oye en Colombia- hay mucha gente sobrevalorando cada palabra y cada cosa que Gabo dijo en vida para darse auto-bombo culturalmente, sobretodo para usarlo como mecanismo de defensa ante la impostura del interior del país que el costeño tanto rechaza. Así, cada frase de Gabo ha pasado a hacer parte del acervo de sabiduría del costeño promedio, que repite, una y otra vez, esa supuesta sabiduría garciamarquezca.
Yo discrepo de esa sabiduría “macondiana” porque, como ya expliqué por aquí alguna vez, la grandeza de García Márquez está en sus letras, no en su voz. El triunfal avance de García Márquez hacia la gloria eterna ha hecho que le festejemos hasta los pedos, cuando la gente falla en darse cuenta que García Márquez era un costeño exagerado, como la gran mayoría de nosotros los costeños, y de pasada poeta, lo que quiere decir que, todo lo que Gabo dijo en vida toca tomarlo con ese metro para ver cuánto se ciñe a la realidad, y cuánto es retórica y física habladera de monxx.
No, “que si hasta vallenatos llevó a Estocolmo al recibir el Nobel, así sería de grande la deuda de su obra con el vallenato”, dicen otros.
Esa explicación tampoco vuela, pues a Estocolmo también fue vestido de líqui-liqui, y yo nunca he oído a nadie decir que “Cien Años de Soledad” es una obra que encierra “la escencia del llano”, o “la historia de las llanuras Colombo-Venezolanas”, lo que inevitablemente lo convertiría en una especie de José Hernández del Caribe, lo cual no es cierto.
La única parte que yo considero válida de esa comparación que hizo Gabo entre su obra y el vallenato es el aire musical que flota sobre su obra macondiana, que puede estar relacionada con la cadencia de las frases de su obra y su prosa almibarada. Hay algo “kitsch” en algunas de las descripciones usadas por García Márquez en su obra que se asemeja a la poesía pobre de las composiciones vallenatas, eso lo admito. Eso de los “párpados portugueses”, por ejemplo, que Gabo usó en su reciente obra póstuma “En Agosto nos vemos”, bien podría haber sido dicho por Escalona en uno de sus vallenatos, e incluso por Diomedes.
Yo lo que creo es otra cosa. Yo lo que sospecho es que, tanto el vallenato, como la obra de Gabo, beben de una misma fuente, pero no es que la obra de Gabo beba de la fuente del vallenato. Esa fuente es la gran tradición caribe de contar historias. De hecho, esto lo dice García Márquez en una entrevista que le dio a una periodista cultural española en los 90s que está en YouTube, por cierto. Eso sí lo creo, pues, al leer las novelas de García Márquez, yo de inmediato me transporto a las reuniones familiares con la familia de mi madre, en donde los viejos de mi familia contaban historias de la misma manera que lo hace Gabo, meciéndose en una mecedora a las 5:00 PM en el porche de la casas de mis abuelos o mis tíos abuelos. Así como yo he bebido de esa gran tradición oral del Caribe, también García Márquez lo hizo. Esa es la fuente, porque en mi familia materna de esa época nadie oía vallenato, sino puro porro.
Si algún día yo me vuelvo un escritor de renombre, yo también podré salir a decir -hablando mierda como buen costeño que soy- que mi gran novela “Tal por Tal” es un porro de 400 páginas, y que mi principal influencia fue el porro “El Arrancateta”, un toro famoso de mi familia cuya historia me inspiró para escribir mi obra. Y años más tarde vendrá un sueco, o un alemán al pueblo de mi madre para hacer un reportaje sobre el toro “Arrancateta”, y de ahí pa’ lante el mito de ese toro recorrerá todo el continente y el mundo, y mi novela será comparada con el mundo de los toros, y toda la masa costeña que necesita ídolos culturales dirá que la fiesta en Corraleja es lo máximo, y hasta aparecerá un cachaco que haga una antología de todos los porros célebres en la historia de Colombia, y todo eso será mierda, porque yo dije eso para quedar bien con la familia de mi madre y la región de mi madre, tal como lo hizo Garcia Márquez.
La fuente de la que bebe la obra de García Márquez es la tradición oral Caribe, de la que el vallenato también es hijo, y esa tradición oral se puede ver hasta en una champeta salida de Palenque, o en la poesía de Raúl Gómez Jattin.
Esta forma de escribir mia, por acá por Facebook, que aparentemente a ustedes tanto les gusta (😀😀), tambien tiene esa tradicion oral costeña como su origen, aunque yo también he bebido mucho de la tradición histórica literaria británica, pues yo lo que mas he leído en mi vida son libros de historia, en su mayoria, de autores británicos, quienes también poseen una tradición oral enorme de origen Celta y Vikinga, estos últimos, grandes contadores de historias y sagas.
Siendo así las cosas, yo no le creería tanto a Gabo su cumplido cultural hacia el vallenato, porque creo que lo de él tiene mucho calado que la ligera y mala poesía de los vallenatos no justifica. Creo que él mismo se hizo daño con esa comparación, así le naciera hacerle un honor a su tierra para congraciarse con su herencia cultural.
Yo, la analogía literaria más cercana a la realidad -la realidad de los que oyen vallenato con regularidad- se la oí a un man que yo conocí en Cartagena de pelao, un carajo que era un “bagre” consumado. Chupador de guaro, “yuquero” consumado, ordinario, superficial y taciturno, cuando se metía sus tragos y ya estaba chapeto, gritaba a todo pulmón, sin duda pumpeado por el licor: “el vallenato es como la yuca: no aburre”, una frase bastante prosaica que, a pesar de su ordinariez, encapsula todo lo que representa el vallenato. La gente que oye vallenato adora la yuca, eso si lo puedo confirmar por simple observación, y ese pobre poder de analogía, pues el vallenato, al ser un género eminentemente campesino, encuentra sus símiles y equivalentes literarios dentro de las limitaciones de esa misma cultura, en este caso ha resultado exacto.
Eso de comparar al vallenato con la yuca es verdaderamente sublime. El equivalente musical de una yuca, si la tuviera, sería un vallenato, de la misma forma que yo me imaginaria la salsa como un estofado de cerdo, o el flamenco como un plato de tiras de jamón serrano, o al rock como un perro caliente. El vallenato es a la yuca como el vals es al champagne, o una opera de Rossini a un plato de ossobuco, o una zamba argentina es a un asado. Mi amigo cartagenero, a pesar de sus limitaciones culturales, es un genio, uno de los grandes sintetizadores de una de nuestras principales manifestaciones culturales.
Ahora, la yuca es muy sabrosa (si no sale rucha), y un “staple” de la comida del Caribe.
Tipos como yo se aburrirían de comer yuca todos los días contrario a lo que dice este amigo mío, pero yo entiendo que alguien del pueblo del Caribe Colombiano no se aburra. Nuestra dieta tiene staples fijos que no cambian: arroz, yuca, tajadas, aguacate, carne de res, incluso frijoles, y hay gente que come eso todos los días. Lo que de pasada me hace acordar de una historia que alguna vez me contó un amigo finquero que tuve en Cartagena. Entre los vaqueros que trabajaban en su finca había un negro que era obsesionado con la yuca. Cuando llegaba la hora del almuerzo, los vaqueros iban a la cocina de los trabajadores y ponían su totuma para que las cocineras les sirvieran sus raciones, que casi siempre incluían arroz, yuca y algo de carne.
Este negro se oponía a que le dieran otra cosa que no fuera yuca. De forma insistente pedía que lo que le correspondía en arroz y carne, se lo dieran en yuca. “¡No me des arroz, dame más yuca!”, exigía embravado este negro, y entre risas, las cocineras le llenaban la totuma con yuca, porque eso era lo que el negro quería.
¿A qué no adivinan cuál era la música favorita de este negro “yuquero”?
Esa es la verdadera “literatura” que se acerca al vallenato, ahí es en donde nace. Cualquiera puede ver un vallenato compuesto con la historia de este negro, ¿si o no?